Capítulo
11: El Paseo de las Mariposas
Me quité la
capucha, descubriendo mi rostro para Sebastián, quien sonreía con ese
acrisolado regocijo oscuro. Su cabello plateado caía desordenado sobre sus
ojos.
–¿Cómo te
libraste de Nico? –me preguntó en voz baja, seductora.
Estacioné mis
ojos en su boca, percatándome de la exquisita carnosidad rosa de sus labios. Un
impulso feroz me hizo querer acercarme para morderlos, o quizá lamerlos. Lo
necesitaba con urgencia.
–Le dije que
daría un paseo para tomar aire.
Él sonrió,
poniéndose un poco más cerca de mi cuerpo, de mi cara.
–Sabe que
estás conmigo –afirmó.
Negué, ofuscada
por su cercanía. Mi corazón había comenzado a latir a mil por segundo.
–¿Cómo lo
sabría? Creo que he sido bastante convincente.
–Él no es un
tonto. Me conoce –Sebastián guardó silencio, pero sus labios permanecieron
entreabiertos, por lo que deduje que continuaría departiendo. ¿O no?–. ¿Por qué
viniste? ¿Por qué no te has quedado disfrutando del baile con tu príncipe?
Porque he querido verte, sería la respuesta ortodoxa.
Porque es el último día en el que estarás
en Etruria y quiero entenderte. Necesito que no seas ese maquiavélico asesino
que ha imaginado mi mente que eres.
–Porque he
estado aburrida –fingí indiferencia e inclusive hice una mirada petulante–. He
hecho lo mismo durante años. Podrías enseñarme a salir de la rutina, a ser como
tú.
Sebastián se
rió. El aire tibio que se escapó de su boca golpeó mis palpitantes labios, los
cuales tuve que humedecer con mi lengua. Involuntariamente, me puse un
centímetro más cerca de su rostro, donde podía oler su aliento a hierbabuena,
su aroma a canela. Mi nariz casi rozaba la suya.
Dioses, ¿qué
pasaba con mi cuerpo?
Mis pechos se
habían endurecido, el interior de mi vientre parecía contraerse, mis labios
estaban cada vez más secos, mi corazón no dejaba de aporrear mis costillas con
premura. Cada fibra de mi ser estaba suplicando por sus manos, por su boca, por
su tacto, su calor. ¡Por los cielos,
bésame!
–¿Estás segura
de ello? –me preguntó.
¿Había leído mi
mente?
–Sí –susurré
de forma trémula. Me sentía frágil, temblorosa y caliente.
–No, no creo
que nadie quiera ser como yo.
Oh, estaba
hablando de eso. Mientras yo anhelaba poner mi mano en la parte de atrás de su
cuello y enterrar mis dedos en su cabello.
–Vamos –cogió
mi mano enguantada para tirar de mí–, te llevaré a un sitio que te deslumbrará.
¿Recuerdas a Ramsés?
¿Ramsés?
¿Quién era ese...? Sebastián tiró de la cuerda de un caballo negro para traerlo
cerca de nosotros. El animal era de gran tamaño, robusto... Se trataba del
corcel rebelde del primer día en el que había paseado por Somersault con el Sr.
Von Däniken. Sonreí ampliamente, pero cuando quise acariciarlo, retrocedió con
violencia.
Sebastián haló
sus correas e intentó susurrarle para calmarlo. Despacio, el corcel empezó a
relajar sus macizos músculos mientras que sus bufidos de miedo disminuían.
–Ven, dame tu
mano.
Vacilé antes
de coger la mano del señor Von Däniken. Él me hizo un gesto afirmativo con la
cabeza, alentándome. Cuando mis dedos rozaron los suyos, sentí que mi pulso se
aceleraba y que mis piernas flaqueaban.
–Ella no te
hará daño, amigo –le murmuraba con ternura a Ramsés–. Su nombre es Luciana.
Tienes que confiar en la princesa –mis dedos tiritaban cuando los puso sobre el
húmedo hocico del atemorizado caballo–. Es una muchacha hermosa, ¿verdad?
Acaricié con
suavidad la nariz alargada del animal, cuya respiración estaba empezando a
sosegarse paulatinamente. Sin embargo, sus ojos continuaban cerrados con
fuerza, como si esperase ser lastimado. Su cálido aliento me puso las manos
pegajosas. Poco a poco, Ramsés permitió que tocara sus orejas y cuello. Hasta
que él mismo frotó su hocico contra mi cara para que no me detuviera. Fue
entonces cuando le besé cerca de los ojos y abracé su prominente cuello.
Junto a mí,
Sebastián se reía.
–Te ama –me
avisó–. Es tan fácil confiar en ti... –dejó de hablar abruptamente, poniéndose
serio. Puso sus manos en mi cintura–. Déjame ayudarte a subir.
Le obligué a
soltarme.
–Quiero
hacerlo sola –repliqué.
Él arqueó una
ceja.
–¿Por qué?
Sonreí.
–Te lo dije,
quiero aprender a ser como tú, a hacer lo que haces.
–Ojalá no lo
hagas –protestó–. Al menos no demasiado bien –añadió antes de señalar hacia los
estribos de la silla–. Coloca tu pie aquí –hice un torpe intento al tiempo que
Sebastián reía–. Ése no, el otro. Dame la mano... Eso es, ahora debes pasar tu
pierna hacia el otro lado del caballo –me enredé con las pomposas telas de mi
falda. Ambos nos reímos–. Si quieres comenzar a parecerte a mí, deberías empezar
a usar pantalones.
–No, no lo
haré –discutí.
Sebastián se
subió al lomo de Ramsés con gran facilidad. Su cuerpo se juntó al mío, sentí su
pecho contra mi espalda y sus fuertes brazos rodeándome para coger las riendas.
–Entonces no
te parecerás jamás a mí. Créeme, podría matar por verte en unos ajustados
jeans.
Sentí que la
piel de mi rostro ardía. Ramsés comenzó a caminar despacio.
–Eres un
atrevido –me quejé, pero sin enfado.
–Tú también
–me acusó–. También eres Sebastián. Coquetéame, quiero escucharte.
Erguí mis
hombros orgullosamente.
–Sebastián no
flirtearía con otro hombre, ¿o sí?
Sentí la
vibración de sus abdominales. Se estaba riendo.
–De acuerdo,
supongamos que yo soy Luciana, coquetéame –empezó a hacer una mala imitación de
mi voz–. Oh, Sr. Von Däniken, bésemeeeee.
Sentí que mi
cuello y orejas también se sonrojaban.
–¡Sebastián! –le
reproché, mirándolo por encima de mi hombro con los ojos entrecerrados.
Él comenzó a
parpadear numerosas veces, meneando sus pestañas.
–No soy
Sebastián. Soy la aburrida Luciana, siempre huelo a narcisos y estoy enamorada
del Sr. Von Däniken.
–Si no
estuviera sobre este caballo, te estaría golpeando el rostro.
–Perfecto, ya
empiezas a sonar como yo. Pero todavía no me has coqueteado.
Me enfurruñé.
–Luciana, eres
muy bonita.
Escuché su
estridente carcajada.
–¿Alguna vez
te he dicho que eres bonita?
Apreté mis
labios.
–Luciana, tus
pechos son bonitos. ¿Quieres ir a mi cama ahora? –traté de imitar su voz.
Esta vez su risa
fue más auténtica. Más hermosa.
–Me encantaría ir a su cama, Sr. Von Däniken.
Pero no le diga nada a mi padre –continuó imitándome. Le dediqué una
exterminadora mirada.
–Entonces...
¿siempre huelo a narcisos?
Para mi
completo asombro, sus mejillas enrojecieron de pronto.
–Sí, cuando no
hueles a pescado podrido –hizo una mueca fingida de náuseas.
–¡Te arrojaré
del caballo! –le grité.
–Inténtalo –se
burló. Esta vez su tono fue tremebundo. Ese chico sabía cómo hacer una amenaza.
Noté que los
talones de Sebastián golpeaban con suavidad el estómago de Ramsés para hacerlo
apresurar el paso. Puse mis manos encima de las suyas, las cuales sujetaban las
cuerdas.
–¿Puedo
conducir? –le consulté.
–No –negó de
inmediato–. Ramsés es bastante salvaje, podría tirarnos si se da cuenta de que
llevas las riendas.
–Él confía en mí,
tú no.
–Bien dicho,
preciosa.
Aquella respuesta
casi me deja sin aliento, me sentí herida. ¿Por qué siempre ponía un muro entre
los dos? No obstante, mis manos todavía estaban tocando las suyas. Él no había
protestado al respecto, pero yo deseaba acariciar sus largos dedos con los
míos, memorizar cada surco, recoveco o cicatriz en su piel. Ese simple contacto
cálido estaba dejando mi boca seca. Cuando Ramsés comenzó a galopar más
raudamente, apreté sus manos con fuerza.
No me dejaría
caer, ¿verdad?
Confías demasiado en ese joven...
Mientras él me
ayudaba a desmontar, rompió el silencio.
–Está
asustado, eso es todo –profirió, refiriéndose al rebelde corcel negro. Le
acarició el pelaje–. Solía vivir con un hombre que lo golpeaba para forzarlo a
trabajar. Un día casi logra escaparse, pero aquel tipo lo halló y fracturó sus
cuatro patas, de modo que no pudiese volver a ir a ninguna parte. Es normal que
piense que todos los humanos somos una miserable basura.
Mi corazón se
saltó un latido.
–¿Estás
hablando en serio? –pregunté compungida–. ¿Cómo sabes su historia?
–Me la ha
contado el viento –respondió–. Ya sabes que en la ciudad subterránea el aire
sopla las desventuras de sus habitantes.
La luna
violeta estaba coloreándolo todo con sus matices púrpuras. El bosque terminaba
en un oscuro callejón asfaltado. Esta noche parecía demasiado fría y lóbrega.
–No puedo
creer que exista gente tan cruel –mascullé, apesadumbrada.
–Todavía no
has visto nada.
Durante un
instante, imaginé que el Sr. Von Däniken sonreía perversamente. Mis absurdos
pensamientos trataban de atemorizarme. En realidad, él sólo estaba ahí de pie,
con su mirada puesta en mi rostro y una expresión impávida, inflexible. Hacía
tres días que lo conocía personalmente. Pero hacía meses que mis predicciones
lo habían traído a mis sueños.
Tres días
parecían una eternidad. Tanto parecía haber sucedido, tantas cosas parecían
haber cambiado. Salvo que yo seguía temiéndole. Me sentía como el estúpido
insecto que caminaba hacia la inmóvil araña, atraído por sus colores, sus
formas. Ahí estaba yo, atrapada en la red que él había tejido para mí, danzando
al ritmo de su música, moviéndome debido a los hilos que controlaba. ¿Tanto me
había sometido ante ese pirata despreciable?
No sabía nada
acerca de él. Todavía no descifraba quién era, por qué actuaba o qué quería de
mí. Pero ansiaba más que nada conocerlo. Saber sus razones, sus causas, sus
motivos. Cada uno de sus pensamientos, de sus ideales, de sus sueños. Lo seguí
a través de la escabrosa oscuridad. Tan solo esperaba que no me dejase atrás,
sola. Él estaba guiando a Ramsés, de modo que decidí aferrarme a sus correas
para evitar perderme. La Ciudad Violeta podía ser tan peligrosa como
fantástica.
–Tu... esposa
me mostró muchas cosas –departí.
Reparé en que
su espalda se tensaba.
–Sí, estaba
por preguntártelo. ¿Qué has visto?
Estaba
empezando a molestarme que no me mirara al hablar, que tan solo me diera la
espalda.
–No lo sé con
certeza –admití–. Había gente desconocida. Y ese chico... Massimilianus. Creo
que he descubierto aquello que deseabas saber sobre su futuro.
–Ah, ¿sí?
¿Eso era todo
lo que iba a decir?
–Su boda con
la princesa Charity se cancelará. Eso es lo que he visto.
–¿Nada más?
Tuve que
respirar profundo antes de aventurarme a continuar.
–Algo sobre ti
–involuntariamente, mi voz vibró–. Te disparabas con un arma de fuego...
–finalmente logré captar su atención. Se giró para verme a los ojos–. No tienes
que preocuparte, ha sido una visión opuesta...
Él sacudió la
cabeza.
–No, no ha
sido una visión opuesta –me contradijo–. Ha sido una visión... –tragó saliva–,
del pasado. De mí pasado –sentí un
nudo en la garganta, me llevé una mano a los labios antes de que él sujetara
mis brazos bruscamente–. ¿Por qué Timandra te ha enseñado eso? –sus ojos
estaban perforando los míos con ímpetu.
–No lo sé
–balbuceé–. ¿Te has suicidado?
Me soltó, se
dio la vuelta y continuó andando. Se llevó las manos al pelo, exasperado, y
largó una exhalación atropellada.
–No quiero
hablar de ello.
Estaba
perpleja. ¡Santos Dioses! ¿Sebastián se había suicidado?
Pero aún tenía
que saber algo...
–No volverás a
hacerlo, ¿verdad?
Lo escuché
reírse con amargura.
–Claro que no,
he aprendido mi lección. Nada bueno pasa cuando estás muerto.
–¿Estás
muerto?
Me adelanté
para caminar a su lado. Él me echó un vistazo, esbozando aquella vil sonrisa.
–¿Tú qué
crees? –mi cuerpo tembló. Su rostro cambió al percatarse de ello–. ¿Tienes
frío?
Mis dedos
estaban ateridos y la piel descubierta de mi cuello había perdido su color
debido al aire glacial de la noche.
–¿Tú qué
crees?
Sonriendo, se
quitó la chaqueta para dármela. Ésta estaba impregnada con su exquisito aroma
picante, que había comenzado a marearme.
El callejón
por el que andábamos era estrecho. Apenas podían caminar dos personas, una
junto a la otra, sin tocarse. A cada lado, dos paredes de concreto nos
rodeaban, las cuales tenían pintado un formidable mural de exóticos colores. El
dibujo representaba un bosque en matices fríos, azules, grises, púrpuras; esclarecido
por los tonos fluorescentes de las mariposas que se posaban sobre los árboles o
revoloteaban por encima de la hierba. Eran cientos de ellas. Había algunas
naranjas, verdes, amarillas, fucsias, rojas, azules e incluso blancas. Un
desborde de color.
Estaba
fascinada por la obra. Parecía tener vida propia.
–¿Te gusta?
–inquirió Sebastián, mirándome por el rabillo del ojo–. Este lugar se llama El
Paseo de las Mariposas –se detuvo para interceptarme–. ¿Recuerdas mi truco de
antes?
Convirtió su
mano en un puño, el cual acercó a mí. Cuando volvió a estirar los dedos, una
preciosa mariposa roja apareció posada en su palma. Estaba muy quieta, abriendo
y cerrando las alas lentamente. Era de color grana,
con algunas manchas blancas en forma de pequeños ojos. Era casi tan grande como
la misma mano del Sr. Von Däniken.
Separé mis
labios, alucinada.
–Debes
enseñarme a hacer eso –susurré, temerosa de asustar al insecto–. ¿Puedo
sostenerla?
Él asintió.
–Adelante.
Tan pronto
como acerqué un dedo a las pequeñas alas, el insecto emprendió vuelo. Grité
cuando aterrizó sobre mi nariz. Al principio retrocedí con violencia, después
me quedé absolutamente quieta. Desde ese ángulo, la mariposa era horrible,
gigantesca, con asquerosos ojos saltones, antenas retorcidas y el cuerpo de un
gusano peludo.
–¡Quítamela!
–chillé al tiempo que Sebastián se doblaba de la risa–. Quítamela, por favor
–le rogué de nuevo, con la voz tensa.
Sin parar de
reírse, se acercó para soplar aire sobre mi rostro. El insecto alzó vuelo en
cuanto su fresco aliento se estrelló contra mi pálida cara. Exagerando, me
llevé una mano al pecho, el cual ascendía y descendía pesadamente debido al
alterado ritmo de mi respiración. Mi corazón estaba desbocado.
–Miedosa –se
burló entre carcajadas.
Levanté mi
barbilla con suficiencia después de fulminarlo con mi mirada.
–No era miedo,
era asco.
Él seguía
riendo.
–Eso dicen
todas.
Levanté una
ceja.
–¿A cuántas
les has mostrado ese truco?
Sus labios
temblaron como si estuviera reprimiendo una sonrisa.
–¿Celosa?
–¿Por qué
estaría celosa?
Dejó que su
sonrisa se extendiera lentamente sobre su cara.
–Porque te
gusto –dio una zancada para estar más cerca de mí.
Una minúscula
distancia separaba nuestros labios. Se sentía demasiado cerca y demasiado lejos
al mismo tiempo. Mi rostro se sonrojó cuando recordé su respuesta la última vez
que yo le había hecho aquella acusación. "¿Sabes qué? Tienes razón, me
vuelves loco". Había estado mintiendo, por supuesto.
–¿Qué te hace
pensar que me gustas? –repetí sus palabras. Parecía que realmente habíamos
intercambiado de papeles.
–¿Acaso no me
ves? Soy irresistible. Estarías loca si no te gusto.
Mordí mi labio
inferior para evitar reírme. Su mirada estaba acariciando mi boca.
–Entonces debo
estar loca.
–Sé que te
gusto –fanfarroneó–. Tal vez no te has dado cuenta, lo cual es poco probable.
Vamos, nena, admítelo.
Ignorando su
comentario, cogí sus manos para examinarlas. Desabroché los puños de sus magas,
tanteé sus antebrazos.
–¿Qué diablos
haces?
–Quiero saber
de dónde sale tu magia.
–Te lo dije,
no hago magia. Hago trampas. Y no está en mis manos.
Fruncí el
ceño.
–Ah, ¿no?
–Mira –señaló
con un dedo a una de las pequeñas mariposas que estaba dibujada en el muro–.
Presta atención.
De pronto, el
insecto dejó de tener dos dimensiones para tener tres. Sus alas parecían
desprenderse de la pared al igual que lo haría una estampilla de una carta.
Ahora no estaba dentro de la pintura, sino fuera de ella, de pie sobre la
superficie lisa del muro. Mis ojos se ensancharon.
Antes de que
pudiera reaccionar, centenares de mariposas estaban brotando fuera de la
pintura. Ellas comenzaron a revolotear por todas partes, arremolinándose en
torno a ambos. Eran como millones de luciérnagas alumbrando la oscuridad de
diferentes matices iridiscentes.
–Por los
dioses –murmuré–. Es hermoso.
Sentí sus
diminutas alas rozándome, algunas de las mariposas se habían estacionado sobre
mis hombros, encima de mi cabello o a lo largo mi vestido, igual que pequeños
adornos. El resto de ellas franqueaban el aire de forma desordenada, atestando
el callejón.
Levanté la
vista al cielo, donde éstas parecían hacer una danza de colores, persiguiendo
al viento. Tal vez eran miles. En cambio, el mural de la pared solamente
mostraba un taciturno bosque solitario, lúgubre. Regresé mi mirada hacia los
ojos de Sebastián, que destilaban aquellas fenomenales tonalidades violetas
plateadas.
Nunca había
visto ojos tan preciosos, nunca había presenciado un momento tan mágico. Estaba
consciente de que una multitud de animales voladores nos rodeaban,
embelleciendo nuestro entorno. Mientras que el callejón se quedaba entre las
sombras, su mirada relumbraba más intensamente que un faro. Y sus labios...
eran como la seda. ¿Qué sucedería si me
atreviera a besarlos? Nadie lo sabría.
Sentí que mi
boca se secaba, que mi garganta se agrietaba. Necesitaba... Me puse de
puntillas y besé su tibia mejilla. Cuando me aparté, mi rostro ardía, mi sangre
calentaba mi cuerpo entero. Él parpadeó, inmóvil.
–Gracias –me
justifiqué–. Gracias por este momento.
Él sonrió de
manera presuntuosa.
–Me besas
porque te gusto –entorné mis ojos antes de golpearlo en el brazo. A
continuación, un estruendo hizo eco entre los muros del estrecho callejón. Era
similar a un ruido de tambores, junto con personas marchando–. ¿Qué es eso?
–interpeló con una sonrisa en los labios. Supe que aquel estrépito tenía que
ver con él. Estaba actuando, tal como lo hacían los magos en su espectáculo.
Fingió agudizar el oído–. Es música –tomó mis dos manos–. ¡Baila!
Largué una
risa de felicidad mientras dábamos vueltas en medio de un torbellino de mariposas.
El sonido de las trompetas era ensordecedor, pero agradable, alegre. Los
tambores hacían que el suelo retumbara. Sujeté su brazo y comenzamos a saltar
por todo el lugar. Danzamos durante un largo rato, haciendo movimientos sin
sentido, muecas, giros.
Solté un
gritito cuando soltó mis manos para atrapar mi cintura. Apretujó mi cuerpo al
suyo con fuerza. Ambos estábamos tan mareados por las vueltas que caímos al
suelo entre risotadas de júbilo. Al principio creí que me aplastaría con su
cuerpo, pero él hizo un veloz movimiento para ponerse debajo de mí. De modo que
caí cómodamente sobre su fuerte pecho.
Respiramos con
dificultad, agotados, al tiempo que veíamos las paredes girar a toda velocidad.
–Bailas
terrible –jadeé, respirando con fuerza sobre su barbilla, riéndome.
–También tú
–me culpó.
Mi mano
descansaba sobre los botones de su camisa. Un extraño impulso me hizo imaginar
que los desabrochaba, uno a uno, develando el bronceado de sus pectorales.
Sacudí esos pensamientos al tiempo que sentía su corazón latir con prisa bajo
senos, el asenso y el descenso de su tórax mientras respiraba, el aroma de su
cuello en mi nariz.
Esta vez no
pude resistirlo, acaricié su rostro con un dedo, delineando los bordes de sus
facciones, palpando la textura de su piel. El área cuadrada de su mandíbula era
más áspera de lo que pensaba. Eso era porque se afeitaba. Volví a dibujar sus
cejas, el ángulo de su nariz, la sombra de sus pestañas, la curva de sus
pómulos, el contorno de su boca... Entretanto, él retiraba los cabellos que me
caían sobre la cara.
–No –terció de
repente–. Nunca fui real.
Hice un mohín.
–¿Qué?
–La otra noche
me preguntaste si era real. Estoy respondiéndote.
Sacudí la
cabeza, confundida.
–No es cierto,
no lo hice.
–Lo hiciste
–objetó.
¿Cómo...?
–Sebastián,
fue un sueño –rebatí–. No estuviste ahí, ¿cómo es que...? –me senté
rápidamente, llevándome las manos a las sienes–. Por Tinia, ¿tú eres...?
Él se
incorporó en sus codos.
–No, tienes
razón. Debo estar confundido.
–¿Eres un
Visitante Noctámbulo?
–Shh –atrapó
mi rostro en sus manos, su boca estaba cerca de la mía–. No hables tan alto –me
susurró–. No se supone que existimos. No se supone que las personas, inmortales
o mortales, vean o toquen a un Visitante Noctámbulo.
Eso era
cierto, la existencia de esos seres era un completo misterio. Nadie sabía de
dónde provenían, o qué poderes tenían con exactitud, o a quién servían. La
información acerca de esas criaturas mágicas era escaza. Eran un enigma. Ellos
no deberían habitar en dimensiones físicas. Estaban limitados al mundo de los
sueños, el mundo de las sombras o el mundo opuesto. Inclusive se decía que no
podían sobrevivir demasiado tiempo en la tierra de los mortales.
–¿Eres uno de
ellos? –musité, un escalofrío me recorrió la piel.
–Sí –confesó.
Palidecí.
Mi cabeza
palpitó cuando me di cuenta de que mis pesadillas no habían sido predicciones.
Eran reales. Él había estado ahí, amedrentándome, torturándome. ¡Desnudándome!
La última vez había visto mis desnudos pechos, me había...
–¿Cómo has
podido? –le reclamé con furia–. Tú has... ¡Has estado...!
–Perdóname –me
interrumpió–. Soy un Dreamchatcher. Yo... capturo a las pesadillas. Intenté
colarme en tus sueños hace unos meses para conseguir las predicciones acerca de
Massimilianus de Velathri. Los dioses me enviaron a ti. Siempre he sido bueno
provocando miedo, disculpa si te he hecho pasar malos momentos.
–¡Imbécil! –lo
insulté antes de ponerme de pie. Mi cara estaba del color de las frambuesas. Me
levanté–. ¡Te has encargado de aterrorizarme cada noche! Algunas veces sentía
miedo de quedarme dormida. No quería encontrarme contigo. Yo... yo pensé que
este Sebastián podría ser distinto al que me lastimaba en sueños.
Su semblante
estaba serio.
–Has cometido
un error al hacer juicios positivos sobre mí.
–¿Qué quisiste
decir con que no eres real?
–No existo en
tu dimensión. Estoy muerto. Soy únicamente la materialización de alguien que
fui. Un Visitante Noctámbulo viola las reglas al caminar por las dimensiones
físicas. A veces somos castigados por ello. Pero siempre logro salirme con la
mía.
Inhalé aire
por la boca.
–¿Cuánto hace
que estás muerto?
–Poco más de
un año.
Las preguntas
hacían doler mi cabeza, acopiándose en mi cerebro.
–¿Nicodemus te
mató o lo hiciste tú mismo?
Él suspiró con
cansancio.
–Lo hice yo. Él
solamente puso la pistola en mi mano.
–¿Él es...?
–¿Cómo yo? Sí,
es un Dreamcatcher desde hace más de trescientos años. Cuando un ser humano
está destinado a morir joven, es elegido para servir a los dioses. Yo fui uno
de esos elegidos. Nicodemus era el encargado de ir a buscarme.
–¿Qué eres
exactamente?
–Un sirviente.
Los dioses nos obsequian cierta cantidad de magia y nos hacen inmortales.
Dominamos las dimensiones alternas, podemos viajar de un lado a otro y tenemos
dones especiales. Nico puede curarse a sí mismo. En el rango de poder, estamos
por debajo de las hadas.
Ése era un
rango bastante alto. Entre los seres mágicos, las hadas estaban por encima de
los adivinos, los inmortales, los Vanthes, los vampiros, los duendes, las
Doxys, los Dredones e incluso los hechiceros. Superadas casi exclusivamente por
unicornios u otros seres divinos como los Leives y los dioses mismos.
–¿Cuál es tu
don? –le cuestioné.
–Ser
atractivo, ser un gran besador, ser un maestro de las armas, hacer llorar a
princesas –enumeró con total seriedad–. ¡Oh! Y el más importante, puedo lamer
mi codo, ¿quieres ver? –le miré con arrogancia–. ¿Qué? Soy privilegiado, tengo
un montón de habilidades.
–¡Sebastián!
Él hizo ademán
de besarme cuando me aproximé para retarlo. Retrocedí con rapidez.
–Bien, te lo
diré –soltó con aburrimiento–. Se supone que puedo volar.
–¿Se supone?
–No lo hago.
–¿Por qué?
–Mis alas
están rotas.
Parpadeé un
par de veces.
–¿Tienes alas?
–exclamé con asombro.
–No se ven en
este momento, pero puedo hacerlas aparecer. Sin embargo, han estado rotas desde
que brotaron por primera vez. Están heridas. Nico piensa que siempre han estado
en mí, inclusive cuando era un humano. Cree que las heridas de mi pasado las
han mutilado.
Mis labios se
separaron levemente.
–¿Puedo...?
–¿Verlas?
–alzó una ceja–. Ni hablar.
Exhalé aire a
modo de rendición.
–Pensé que los
Visitantes Noctámbulos no eran capaces de mostrarse en dimensiones físicas.
Nunca he visto a ninguno.
–Seguro que
los has visto –replicó–. Probablemente no sabías que era uno de nosotros. No
tenemos permitido revelar a nadie nuestra condición. Ni siquiera a ti. Ahora
tendré que matarte –di un brusco paso en retroceso, casi estrellándome con la
pared. Él se echó a reír de manera ruidosa–. No es cierto –se burló–. Pero, en serio,
no debes decirle a nadie que conoces mi secreto –asentí velozmente, asustada–.
Puedo ir de aquí para allá tanto como me plazca –siguió explicándome–. Puedo
residir en ciudades como Etruria o Somersault sin problema alguno. También
puedo materializarme en la tierra de los mortales, pero al cabo de algún tiempo
empiezo a perder mis poderes de forma temporal. No los recupero hasta regresar
a la dimensión de los sueños u otra similar.
¿Un Visitante
Noctámbulo? ¿De verdad existían? ¿De verdad tenía alas? Aún mi cerebro no podía
asimilarlo. Sus palabras se reproducían en mi cabeza una y otra vez. Él había
muerto, se había suicidado. ¿Por qué?
Quería
saberlo, quería preguntárselo. Pero más temprano me había dejado en claro que
no deseaba tocar ese tema. ¿Había sufrido tanto como para querer acabar con su
propia vida mortal? La sola idea hacía que mi pecho rabiara y mi corazón se
paralizara. Realmente aquello que Timandra me había mostrado era el pasado, no
el futuro.
Eché un
vistazo a mi entorno, percatándome de que la música se había ido y las
mariposas habían regresado a la pintura a la que pertenecían. Todo parecía
desierto, silencioso. El mundo desapareció ante mis sentidos, dejándome
solamente consciente de Sebastián, de su cercanía, de su mirada penetrante. Él
no dejaba de ver mis labios, lo cual provocó que un rubor intenso cubriera cada
pedazo de mi piel, encendiéndome.
–¿No crees que
es mi turno de hacer preguntas? –se movió hacia adelante, haciéndome
retroceder–. Considerando que he respondido a cada una de tus interrogantes...
Hice un gesto
sagaz.
–¿Qué es lo
que quieres saber? No guardo secretos, ninguno igual a los tuyos.
Sonrió
malintencionadamente.
–Y, ¿qué tipo
se secretos guardas? –bajé la mirada hacia mis manos, aparentando que examinaba
mis guantes. Necesitaba una excusa para poner distancia entre su boca y la mía
antes de que una recóndita, pecaminosa parte de mí se abalanzara violentamente
sobre esos labios suculentos–. ¿Te gusta él?
La pregunta me
hizo regresar los ojos hacia su cara.
–¿Quién?
–Nico.
Tragué
visiblemente mientras intentaba dejar de pensar en la diminuta separación de
nuestros labios.
–El señor D'
Volci es un caballero cordial y amable.
–Te gusta, ¿no
es así? –sus labios casi rozaban los míos al hablar. Su aliento me acariciaba.
Estaba
volviéndome loca. Completamente loca. Me hizo retroceder hasta que mi espalda
se encontró con el muro. Cuando apoyó su mano sobre éste, junto a mi cabeza,
largué un gemido de dolor. Él frunció el ceño.
–¿Estás bien?
–Yo... sólo...
–tartamudeé–. Es mi espalda, aún duele.
Lo decía en
serio. La fricción contra la pared ocasionó que mi herida ardiera hasta casi
arrancarme lágrimas.
–Lo lamento
–se disculpó, todavía sin separarse de mi rostro–. ¿Me dejas ver?
En menos de un
segundo, me había quitado su chaqueta y mi capa. No obstante, no sentí frío,
sino todo lo contrario. Sentí su mano descansar en mi cintura antes de que la
misma se deslizara lentamente hacia mi espalda, recorriendo mi espina dorsal.
Cada uno de mis músculos se tensó cuando sus dedos rozaron la piel desnuda de
mi espalda debido al escote. Sin advertencia, comenzó a desatar los lazos de mi
corpiño. Y se lo permití.
Sabía que
debía detenerlo. No podía dejar que me desnudase como lo había hecho en sueños.
Pero era incapaz de moverme, mi cuerpo no respondía, mis rodillas se
debilitaron. Tan pronto como la parte superior de mi vestido estuvo
desabrochada, su mano escaló hasta mis hombros y comenzó a deslizar hacia abajo
las mangas. Yo estaba enmudecida, con el corazón golpeándome el pecho como si
quisiera escapar fuera de mí.
Mi vestido se
hizo un ovillo en el suelo. En el momento en que Sebastián advirtió que llevaba
corsé, soltó un gruñido feroz. A pesar de eso, sus manos empezaron a trabajar
en cada complicado broche y cordón, desatándolo uno a uno, despacio.
Entretanto, su pierna se metió entre las mías, separándolas. Su rodilla estaba
entre mis muslos. Luché para no jadear. Mi cuerpo picaba, ardía. Sentí la misma
urgencia de desvestirme. El calor se había apoderado de mí.
Tras mi corsé,
los vendajes envolvían mis pechos. Casi salté al sentir su mano sobre mis
caderas, buscando el extremo de las vendas para comenzar a desenrollarlas.
Empezó a retirarlas con lentitud mientras que su respiración acariciaba mis
mejillas. En lugar de sentirme desnuda, sentí que respiraba por primera vez. Mi
cuerpo estaba siendo liberado de una tortuosa jaula. Mi pecho se hinchaba y se
hundía, porque podía, porque ningún corsé aplastaba mis costillas, porque los
vendajes no aprisionaban mis endurecidos, palpitantes senos. Una sensación
caliente se escurrió entre mis piernas, atenazando mi vientre.
Él me rodeó,
situándose detrás de mí. Desde ahí, arrancó la última de las tiras de la tela
que cubría mi torso. El brillo en su mirada hizo que sus ojos se pusieran
vidriosos cuando logró despojar mis pechos. El rubor me cubría desde los pies
hasta el último de mis cabellos pelirrojos.
Prácticamente
grité cuando sus grandes manos ahuecaron mis senos. Mi cuerpo dio una sacudida
salvaje, mi espalda se arqueó. ¿A dónde se había mi fuerza de voluntad? Sus
dedos palparon suavemente mis tersos pezones. Lo sentí respirar con fuerza
contra mi nuca, en mi oído. Me estremecí en sus brazos.
Sentí una
mordida sobre mi hombro, sus dientes apretando con delicadeza mi piel. Un
sonido gutural se escapó de mi garganta. Con un dedo, dibujó la cicatriz que se
extendía a través de mi columna. Siseé por el ardor.
–¿Te duele?
–preguntó de forma ronca cerca de mi oreja. Incapaz de hablar, asentí. Él
mordisqueó el área de mi espalda que no estaba magullada. La sensación de
placer permaneció sobre esa zona igual que otra cicatriz, una deliciosa–. ¿Qué
tal ahora? ¿Te duele?
La nueva
palpitación en mi piel me hizo olvidar el dolor de la herida. Únicamente sentía
aquella área sensibilizada por su boca, por sus dientes. Justo ahí, ardía mucho
más, mucho mejor. Negué con la cabeza.
–Estás
temblando –murmuró. Cogió mi mano, la cual no paraba de oscilar bajo su tacto–.
Luciana, tú nunca has estado con nadie –su tono estaba teñido por un borde de
ira. Empujó mi hombro con el suyo al rodearme para ubicarse delante de mí. Sus
ojos lanzaban llamas de rabia–. Me engañaste –me acusó, hablando con los
dientes tan apretados que un músculo había empezado a palpitar en su
mandíbula–. Me mentiste.
–¿Qué? –fue
todo lo que conseguí decir, cubriendo mis pechos debajo de mis brazos. ¿Qué
había hecho mal? ¿Qué lo había hecho enojar?
Deslizó sus
manos por su pelo, suspirando de furia.
–Pensé...
pensé que tú... ¿Por qué no me lo dijiste antes de que empezara a tocarte? ¿Por
qué has dejado que te desvistiera? –agarró mis hombros y me agitó con fuerza–.
¡Nunca has estado con nadie! ¡Nunca un hombre te ha tocado!
Su irascible
tono envió una oleada de pánico a mi organismo. Tirité.
–¡Pensé que lo
sabías! ¡Pensé que era obvio! –me defendí.
Su mirada se
estrechó.
–Lo era. Hasta
que apareció esa carta en mi dormitorio, firmada por un tal "Conde
Diácono".
32 comentarios:
Que bueno que todavía tengo tiempo para enviar la historia. Estaba algo preocupada por que quizás no tendría tiempo.
Pero me alegro de tenerlo
El capítulo genial
Pará pará this is too much!! Un catchdreamer? Cómo van a hacer para seguir y terminar juntos?
Sebastián qué te vienes a hacer aquí el victima pobre que no sabía que Luciana no había estado con nadie, te faltan 3 dedos de frente o qué? Además más allá de eso Luciana dejó que le hicieras todo eso, no es ninguna tonta ni ninguna nena, si te dejó que lo hagas, por qué será mmmm?? Aveces los hombres pueden ser tan cortos, jeez encima tiene el tupe de darse de ofendido de histérico. Y por qué la carta terminó en su habitación? Bueno veremos que pasa. Igual sigo sosteniendo que esa visión es parte pasado y me da la sensación que parte futuro también algo tiene que ver, veremos. Un beso.
MH
PD: Gracias por dedicarme el capítulo! :)
Ahora si comentare "largo". Este capítulo me ha dejado con miles de dudas, miles de teorías y miles de peleas en la cabeza.
Comenzare por decir que Nico y Sebastián son los causantes de mis dolores de cabeza. Estos dos tienen tantos misterios juntos. No puedo creer que Sebastián este muerto. Me siento más tranquila por Nico no lo mato, pero aún así estuvo presente y tuvo algo que ver. Me gustaría saber que fue lo que lo llevo a matarlo. Pero sólo me queda seguir leyendo.
Antes no quería que hubiera una relación entre Liciana y Sebastián. Ahora muero por que se besen. Aunque no te creas Puede que Seba me comience a gustar un poco , pero Nicodemus sigue siendo mi favorito. No puedo creer que el lleve más de 300 años muertos. Tanto cosas me vuelven loca.
Cuando vi las letras rojas creí que se acostarían. Por un momento lo pensé. Hablando del final tengo muchas teorías para lo que leí.
1. Sebastián y Nicodemus son la misma persona.
2. El cuarto era de Sebastián y no de Nico.
3. El cuarto era de Nico pero Sebastián entró vio la carta y por presentado la leyó.
4. Nicodemus le entrego la carta a Sebastián.
5. Nico se izó pasar por Sebastián en este capítulo.
Bueno son muchas cosas que pasan por mi mente pero esto me dejo en totalmente shock. Ahora lo otro es que no puedo creer que todas las pesadillas eran reales. Eso era totalmente wow. Esta historia siempre me deja en shock. No puedo creer que Jerry y Char no se casen. Quiero que terminen completamente juntos.
Bueno creo que he dado todos mis puntos. Cuídate adiós
Este cápitulo de verdad me ha dejado picando, estoy en shock como va a seguir esto? Sube rapido porfis
siiiiii por fin letritas rojas!!! igual no me gusto como sebastian reacciono y trato a luciana despues, quiero el primer beso yaaaaa, tantas cosas develadas y tantas por saber!! seguila!!
No puedo creer todo lo que ha sucedido en un solo capitulo, casi me matas steph! quiero mas letritas rojas, quiero otro capítulo ya!!
Se me habia olvidado que existia las letras rojas.
Este capito ha estado muy bueno. Estoy super ansiosa por saber que mas pasara.
Amo tus novelas.
Estoy ansiosa
Quiero leer mas y mas
Esta novela esta en es punto culminante
Es muy obvio que Nico sabe donde esta su esposa el no es estupido como piensa luciana
Y por mas convincente que ella hubiera sonado el sabe que ella se fue con sebastian.
Espero que no salga lastimado
Quiero leer masssss :( y si los capítulos fueran mas largos? jajjaja me encantaaa esta novelaaa, siempre te deja con las ganas de querer leer mas y mas . sebastian y Luciana= the perfect couple.
IMPAKTADA jajaja
Estuvo increíble el capítulo' no se exactamente como describir como me siento sobre lo que acabo de. Leer estuvo woow esas. ,mariposas y lo del final aaawwww jajaja aunque no lo hicieron.completamente jaja y lo que te daba vergüenza escribir era lo del pezon¿ jajaja xd estuvo muy genial el capitulo igual que todo lo que escribes *-* sigue así ;) itiesyou see
Pee...per... pero...Que forma de cortar el royo es este!!! Es inhumano!! jajajajaja
QUIERO LEER MÁS!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Ya tenia ganas de un momento asi entre ellos. que ilusión!! ^^
Eustace.
):
SOÑE CON ÉL.
NOMAME!!!
hahah te digo la verdad! NO ME GUSTO ESTA NOVE.
la verdad es que LA AMÉ ♥
no tengo mucho tiempo por que acabo de llegar de trabajar y encontre el ciber abierto, solo estoy esperando a que me echen!
espero y no subas capitulo asta despues del martes que viene! por qe trabajo de 12 a 11pm y descanzo los martes hoy no descanse por qe falto una putilla!!
;/ asi qe hermosa no subas asta elmartes OKAY!!!
si no me ases caso me voy a prostituir en la esquina de mi casa!! o voy a subastar mi virginidad! hahhahaha yaps
sobre todo por "virgen" aaahahahaha yaps!!
me voy mija cuidese pues!!
bye
te leo pronto!!!
by:Sherl
pd:see ya soon
Siguellaaaa..!!
Tu si que sabes matar la buena vibra tan bien q iba la nove
Me encantoo
Como las dejas asi quiero mas letras rojas
PERFECT*_______*
NO PUEDO ESPERAR POR EL SIGUIENTE CAPITULOO!!
lo que te daba pena escribir era lo de los pezones? xd jajaja
Ese Sebastian es TODO un loquillo jaja xD
Se que esto no tiene nada que ver con el cap pero te queria comunicar jaja que mietras se acompletan los 30 comentarios para que subas capitulo leo novelas anteriores tuyas para revir momentos jaja xd Ultimamente estuve leyendo mas aya de la atraccion y el otro dia estuve hasta las 2 am leyendo sobre Damien y Ania <3
y de esta novela puedo decir que...
THIS IS JUST GETTIN' HOTTER AND HOTTER, SEXY AND HOTTER ;3
Letras rojas,ya las extrañaba.
¿Entonces las visiones de Luciana eran sobre el pasado? Oh.. :(
Cuando leí sobre la visión que tubo Luciana sobre Ania lo primero que pensé fue "¿Esta embarazada?" :O Pero ahora.. no se que pensar.
Déjame decirte que me eh convertido en una "lectora fantasma" eso es malo, pero capitulo que subes, capitulo que leo :D Desde ahora procurare comentar mas, dar a conocer mi opinión. Soy un poco tímida al escribir, creo que se nota :$
Adiós.
Quieroooooooooooooooooo leeeeeeeer masssss!!!!!!!!!!!!
IMPAKTADA! jajajajjajxd YA QUIERO LEER MaS!!!!!
step amo tus novelas me pareces una chica que sabe como entusiasmarnos con cada nove que haces, nos llevas al extasis y dejas que mi imaginacion vuele no he leido esta nove xq no puedo conectarme todo el tiempo pero intentare hacerlo o esperare a que la termines para descargarla I LOVE STEP
Me ha encantado bastante el capitulo.
Cada vez la historia se pone mejor.
sigela sigela sigela siiii???!! prontoooo!!!??? qiero..no correccion..necesito saber qe pasa despues siii?
pregunta..sebastian es el mismo dreamcatcher qe atrapa a las pesadillas de dimitri en angeles noctambulos???
-brenda
p.d.mencione qe amo tus novelas y qe aunqe casi nunca puedo comentar me paso segido por tu blog?
hola lei todos los libros y me encantaron....
casi nunca comento pero este capitulo me encaaanto , cuando vas a publicar el proximo ¿?
sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!sube!capitulooooo! pleaseeee?
hola me gustaron muchoo todoos los libros anteriores y este tambn , tienes muchooooo talento.
cuando vas a puplicar el proximo capitulo ¿?
COmentando tarde pero comentando, la única pregunta que tengo en la cabeza es cómo llegó esa carta a manos de Sebastián?
INCREIBLEE NOVELAA!!
OH POR DIOS!
Sebatian leyo esa carta!!!! en lugar de Nicodemus :O
NO PUEDE SER!! ya quiero seguir leyendoooo
hola steph queria decirte que me fascino el capitulo y que esta es mi novela favorita tienes mucho talento, sos una gran escritora, espero algun dia pasar por alguna libreria y ver tu libro y comprarlo, ok te dejo besitos
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